Efecto Casimir

Convencido de que el principio de todo estaba en la nada, mi padre eligió el nombre de Nada para su primogénita. Yo escogí Antígona. Luego tuve que elegir entre la literatura y la ciencia. Opté por la ciencia, aunque no realmente. No dejé de leer ni de escribir, cuentos y poesía, al menos por un tiempo. La ciencia me absorbió y dejé de escribir, luego de leer. Encontré un refugio en la divulgación de la ciencia, podía seguir leyendo y escibiendo sin traicionar esa elección que requería todo mi esfuerzo.

Ya con un trabajo como científica me convertí en malabarista. Intenté conservar mis pasiones, mis amistades, el baile, la divulgación de la ciencia, la literatura y sobre todo eso cumplir como madre. Fui torpe y renuncié. Me volví monótona pero no por ello más productiva. A mediados del 2013 una decisión cambió mi vida. Día a día comencé a sentirme viva de nuevo. Volví entonces a la literatura, al baile, a mis amigos. Rescaté retazos de textos, narré historias de orquídeas y trenes. Esta vez sin malabares y sin renuncias absolutas. Tomar decisiones, resolver lo urgente, adelantar lo necesario y conservar espacios para mis pasiones.

Entre todos las cosas variables, me aferro a las constantes. Escribo porque no puedo evitarlo. Hoy decidí compartirlo (gracias Susi por darme el empujón final). Los primeros posts serán una ensalada de mi pasado y presente. Las fechas de los escritos del pasado son cosas borrosas. Soy mala para eso. Se que hace 65 millones de años se extinguieron los dinosaurios, la Tierra se formó hace 4 mil quinientos millones de años y el Sol hace 5 mil millones. Mi doctorado lo obtuve en... tengo que revisar mi CV.

El título de este blog honra mi dualidad inevitable: ciencia y literatura. Aprendí del efecto Casimir en la licenciatura y se quedó en la memoria como una de esas muchas curiosidades de la mecánica cuántica hasta que alguien combinó su tema de tesis de licenciatura con el nombre que mi papá eligió para mi. Fue una broma tan bien construida que me siguió hasta la desvelada del año nuevo en la que buscaba un nombre para un blog, para los escritos de Nada para Nada.

martes, 23 de junio de 2015

Pronóstico del tiempo: Chicago (tercera parte)



Descubrí una araña en mi habitación. Redonda, oscura, no muy grande.  En el piso 20 afuera de la ventana. En la ciudad de los vientos. La telaraña tiembla, hay moscos atrapados por todas partes. La araña no se mueve, me pregunto si sentirá el frío.
Las conferencias se acaban. Almuerzo con Lucianne y Delphine, hablamos de colegas que se dirigen a nosotros condescendientes, tan sabios desde sus privilegios. Las tres tenemos historias que contar. Nos sentimos escuchadas, comprendidas.
Delphine se queda conmigo. Vamos al Instituto de Arte y luego a comprar algo especial para ti. Elegimos comenzar por el tercer piso. Arte contemporáneo. Pasan dos horas sin darnos cuenta. El tercero es el piso más pequeño, ahora hay que elegir con cuidado. Bajamos a ver a los impresionistas y nos informan que faltan 15 minutos para cerrar. Ante nuestro asombro la guardia de seguridad nos dice que podemos volver mañana, pero no hay mañana ni 25 dólares más para la entrada. Apuramos el paso, entre las bailarinas de Degas, la habitación y el retrato de Van Gogh, los nenúfares de Monet, parques y mujeres de Renoir. Elijo un cuadro para ti, una mujer de cabello negro rizado, recostada en la cama, mirando al infinito. Delphine está asombrada juraría haber visto el mismo retrato de Van Gogh en el Louvre, allá en París donde ella creció. Y qué hacen aquí tantos cuadros de pintores franceses se pregunta. Nos despide el antiguo Buda labrado en piedra, impasible ante nuestro apuro. Nos vamos, inconclusas, resignadas.
Paseamos por el parque. Delphine me cuenta de  los rostros enormes que juegan con el volumen, las fuentes donde proyectan imágenes, el frijol metálico que dobla a la ciudad en su reflejo. Yo quiero ver todo eso. Nos tomamos fotos, reímos entre historias y recuerdos. Vamos por tu regalo. En el camino nos encontramos un traje sastre todo rojo y unos mocasines con piedras brillantes azules, rojas y blancas. Si estuvieras aquí te diría que un día te voy a regalar un modelito así y tú contestarías que lo quieres de tres piezas.
Delphine y yo vamos de regreso al hotel. Quisiéramos ir al teatro, oir jazz, pero no hay tiempo, son las ocho de la noche y tenemos hambre y estamos agotadas. Hacemos el último recuento del día y los años frente un plato de comida china.
El sábado amanece frío, la araña sigue ahí, tras la ventana, tan ignorante de mi presencia como el Buda. Pienso cuando caminaba por el tiempo sin saberte, meses atrás cuando pensar en Chicago era emocionante y no un cúmulo de días sin ti.
Cuento las horas, planeo el regreso. Entro en calor mientras camino con maleta y regalos hacia la estación, donde el metro me llevará al aeropuerto y un avión a ti. Horas después la ciudad me recibe lluviosa, como lo esperaba aunque no revisé el pronóstico del tiempo. Se lo que aguarda tras la puerta automática. Tu abrazo es exactamente como lo imaginé.
Hablar del tiempo es como no hablar de nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario