Efecto Casimir

Convencido de que el principio de todo estaba en la nada, mi padre eligió el nombre de Nada para su primogénita. Yo escogí Antígona. Luego tuve que elegir entre la literatura y la ciencia. Opté por la ciencia, aunque no realmente. No dejé de leer ni de escribir, cuentos y poesía, al menos por un tiempo. La ciencia me absorbió y dejé de escribir, luego de leer. Encontré un refugio en la divulgación de la ciencia, podía seguir leyendo y escibiendo sin traicionar esa elección que requería todo mi esfuerzo.

Ya con un trabajo como científica me convertí en malabarista. Intenté conservar mis pasiones, mis amistades, el baile, la divulgación de la ciencia, la literatura y sobre todo eso cumplir como madre. Fui torpe y renuncié. Me volví monótona pero no por ello más productiva. A mediados del 2013 una decisión cambió mi vida. Día a día comencé a sentirme viva de nuevo. Volví entonces a la literatura, al baile, a mis amigos. Rescaté retazos de textos, narré historias de orquídeas y trenes. Esta vez sin malabares y sin renuncias absolutas. Tomar decisiones, resolver lo urgente, adelantar lo necesario y conservar espacios para mis pasiones.

Entre todos las cosas variables, me aferro a las constantes. Escribo porque no puedo evitarlo. Hoy decidí compartirlo (gracias Susi por darme el empujón final). Los primeros posts serán una ensalada de mi pasado y presente. Las fechas de los escritos del pasado son cosas borrosas. Soy mala para eso. Se que hace 65 millones de años se extinguieron los dinosaurios, la Tierra se formó hace 4 mil quinientos millones de años y el Sol hace 5 mil millones. Mi doctorado lo obtuve en... tengo que revisar mi CV.

El título de este blog honra mi dualidad inevitable: ciencia y literatura. Aprendí del efecto Casimir en la licenciatura y se quedó en la memoria como una de esas muchas curiosidades de la mecánica cuántica hasta que alguien combinó su tema de tesis de licenciatura con el nombre que mi papá eligió para mi. Fue una broma tan bien construida que me siguió hasta la desvelada del año nuevo en la que buscaba un nombre para un blog, para los escritos de Nada para Nada.

miércoles, 15 de enero de 2014

Anécdota sobre la puntualidad alemana (VIII y IX)

VIII
Por fin, mi asiento. Quitarme la chamarra, la gorra, los guantes, dormir. Caigo profundamente, me despierto a las 8 pm y luego antes de las 9. Si todo va bien a las 9:49 pm estaré en Frankfurt donde tomaré el trecer tren de la noche y que sale a las 9:53 pm. Noto que los andenes de llegada y salida son 4 y 5, guardo la esperanza de que el proceso sea el mismo, cruzar el andén para encontrarme con mi siguiente tren del otro lado. Necesito mantenerme despierta, leo. Llego a Frankfurt, del otro lado espera el siguiente tren. Bien por la puntualidad alemana.

IX
Sólo dos trenes más. En Frankurt tomo el tren a Mannhein y de ahi otro tren a Heidelberg. Último reto, pasar del anden 4 al 9 entre las 10:24 pm y las 10:37 pm. Avisan la siguiente estación. Gorro, guantes, bufanda, computadora, maleta. Listo. Camino tan rápido como mi maleta con rueditas me lo permite. Hay que bajar al pasillo que conecta los andenes y subir de nuevo en el andén correcto. Bajo escaleras, camino, tomo el elevador. Se siente lentísimo. Ahi está el tren rojo, él último. 10:53 pm, estoy en Heidelberg.

martes, 14 de enero de 2014

Anécdota sobre la puntualidad alemana (VI-VII)

VI
Estoy en el tren. Mi parada es la que sigue y trato de mantener en mi memoria los datos del próximo tren. Segun mi itinerario llegaré al andén 3 y debo ir al 2. Mi vagón y lugar están indicados en el mismo boleto. Llegamos justo a tiempo y tengo 6 minutos para llegar a otro tren, que, oh maravilla, sale de ese mismo andén sólo que en las vías del otro lado. Primer trasbordo, listo. En este tren tengo casi 3 horas, puedo dormir (lo necesito de verdad). Busco mi vagón caminando entre estrechos pasillos, sin éxito. Pregunto a un hombre que es el vivo retrato de Santa Claus y que porta uniforme de Bahn (la línea de tren alemana). Le muestro mi boleto y el me explica en alemán. Creo entender que no puedo llegar a mi asiento pero prefiero preguntar si sabe inglés. No sabe. Saca una libreta y me hace un dibujo. Un tren pegado a otro tren. Ok. No hay forma de pasar de uno a otro pero van juntos. En un tren están los vagones 21 a 27 y en el otro del 31 al 37. Yo estoy en los veinte y debo pasar a los treintas. No he podido quitarme la chamarra y la gorra. Muero de calor.

VII
En el tren correcto pero sin poder llegar a mi asiento. Hasta la siguiente parada. Me siento en el restaurante del tren y tomo una cerveza (al pueblo que fueres haz lo que vieres). La siguiente parada es unos minutos más tarde. Apuro mi cerveza, bajo. El tren es larguísimo y apenas puedo avanzar dos vagones. Temo que me deje y subo de nuevo. Esta vez me aseguro de ir hasta el extremo del tren. Ya ahi me reencuentro con Santa Claus que con señas me indica que en la siguiente parada baje y vuelva a subir. hace las señas varias veces asegurándose que yo entiendo. Me siento en el suelo al lado de mi maleta. Minutos más tarde, Santa Claus regresa con un maletín y se para en la puerta, llegando a la estación me hace una seña para que me acerque, toma mi maleta y me lleva hasta la puerta del vagón donde me espera mi asiento. Agradezco en alemán. Muchas veces.

domingo, 12 de enero de 2014

Anécdota sobre la puntualidad alemana (III-V)

III
Bajo las escaleras, supongo que claramente consternada. Un hombre me saluda en inglés, dice hola y pregunta si necesito ayuda. Yo contesto que acabo de perder el tren. Él me dice que debo ir a la caseta de información. Me guía. En el camino me pregunta qué pasó. Le cuento de los trenes retrasados. Llegamos a la caseta de información y él explica en alemán lo que me sucedió. Una enorme alemana detrás del mostrador revisa detalles en la computadora y bromea con él (supongo, porque ambos ríen), luego le pone un sello a mi boleto. Mi guía me explica que debemos ir a otra oficina por mis boletos nuevos. Tomamos un número (sólo hay 2 personas más, pero hay que seguir la regla). Mi acompañante platica conmigo, ha estado en México y habla español. Poco español, así que prefiero hablar en inglés porque no se si realmente entiende todo lo que digo, él insite en contestar en español, así que vuelvo a mi idioma, sólo que hablo despacio. Mi turno. Otra vez, mi acompañante toma la palabra y le explica la situación a la mujer tras el mostrador. Y por fin tengo un boleto nuevo sin costo alguno. Todo lo que debo hacer es transbordar ¡tres veces!

IV
Reviso mi nuevo itinerario para descubir que mis tiempos de transbordo son de 5 a 10 min. Pregunto si no hay otra forma. Me explican que el tren que me dejó sólo sale una vez los domingos. Esta es mi opción ahora. Curiosamente mi nueva hora de llegada será sólo una hora después de la original. Mi nuevo pasaje incluye dos trenes express. Tengo casi una hora antes de abordar el nuevo tren. Mi guía no se ha separado de mi y ahora pregunta si quiero tomar algo. Necesito fumar, contesto. Me acompaña afuera de la estación y fumo. Ahi me entero que es iraní. Me sorprendo, el hombre es blanco y de ojos claros. Mientras dice que casi nadie sospecha de donde viene. Regresamos a la estación después de mi cigarro, pregunta de nuevo si quiero comer algo. Le explico que acabo de comer y le agradezco. Me pregunta si quiero sentarme, digo que si y busca asientos en la estación. La plática continúa con la distribución geográfica de su familia, sus padres en Chicago y sus hermanos en California. Yo estoy ansiosa, quiero regresar al andén pero me hace notar que falta media hora y que hace frio afuera. Eso es cierto. Esperamos.

V
Veinte minutos antes de que salga mi tren, él ve el reloj y me dice que ya podemos ir al andén. Me dice su nombre y yo el mio. Hablamos de Antígona, la de Edipo. Luego me entero que habla griego y que vivió en Grecia. Me cuenta que también habla Armenio y que está en Alemania como refugiado. Esperar 20 minutos en el frío resulta más largo de lo que pensé. Decido fumar otra vez. Hay un cuadro amarillo en el suelo, sobre el andén, que marca la zona de fumadores. No hay paredes, nada, sólo una línea amarilla. Fumo una vez más. El tren está apunto de llegar y mi acompañante pregunta si puede visitarme en México. Yo sólo sonrío. Me pregunta si soy casada, yo le contesto que tengo un hijo, el insiste, pero eres divorciada o casada. Casada contesto. El tren llega y nos despedimos. Olvidé su nombre.

sábado, 11 de enero de 2014

Anécdota sobre la puntualidad alemana (I-II)

(16 de diciembre del 2013)

I
Tres mexicanos llegan a la estación de tren de Leizpig. Hay una nueva zona, recién estrenada la mañana del domingo. Los locales toman fotos emocionados con el nuevo andén de tren. Un túnel de concreto gris. Son las 4:10 pm, el tren que espero sale a las 4:20 pm. El letrero electrónico anuncia 10 min. de retraso. Parece el metro a la hora pico, no como Balderas sino Etiopía. El tren de las 3:45 pm llega a las 4:15 pm. Los locales se amontonan en las puertas, no caben, buscan otras puertas, hacen fila, casi se va el tren. Desde el andén vemos montones de lugares vacíos lejos de las puertas, pero los alemanes sólo se apilan en la entrada. En México se habrían empujado unos a otros hasta distribuirse uniformemente en el tren. Nosotros somos Maxwellianos (nota para mis amigos ñoños). Los mexicanos rien divertidos.

II
Así mi tren sale con casi 20 minutos de retraso. Justo los que necesito para trasbordar en la otra estación. Ya en el tren, el hombre que revisa los boletos me dice alguna cosa en alemán que por supuesto no entiendo. La chica del asiento de enfrente (que me oyó hablar con mi hijo en el teléfono), me dice en español que el tren que voy a tomar después está retrasado también. Maravilloso, pienso, doy las gracias en alemán. Llego a la estación donde debo tomar el otro tren. Corro de la puerta 3 a la 9. Subo escaleras, alcanzo a ver el tren allá arriba con las puertas abiertas. Subo rápido mientras las puertas del tren se cierran lentamente casi en mi nariz. Y ahí va, mi tren directo a Heidelberg, sin mi.

miércoles, 8 de enero de 2014

Año nuevo

Sé que el tiempo es el mismo desde hace más de 13 mil millones de años, cuando de una singularidad se convirtió en el Universo.
Sé que sólo puedo aceptar lo insignificante del momento al que llamo segundo y que se escapa ahora.
Sé que el resto del universo permanece inmutable mientras nos sentimos magníficos, desdichados, eternos, mortales.

Desde nuestra insignificancia decidimos reiniciar, etiquetar el tiempo y darle sentido.
Recordamos el pasado, creamos el presente, imaginamos el futuro.
El resto del universo seguirá su curso, sin memoria, sin sentido, sin elección.

Escucho el reloj, las campanadas, aquí adentro, en este universo de sentidos, empieza algo nuevo.
Allá afuera los sonidos se pierden en la nada.

lunes, 6 de enero de 2014

Volver a Guerrero

(13 de mayo del 2007)

Voy camino a Chilpancingo. La última vez que estuve aquí no la recuerdo pero tengo memoria de ella. En uno de sus viajes a Guerrero mi padre se detuvo para observar el cielo. En sus brazos llevaba a su hija de dos años. Cuando la niña miró aquel cielo negro cubierto de pequeñas luces, lloró. Ahora, desde esta pecera rodante no veo el cielo, sólo lo imagino. Me pregunto como sería aquella noche en la que vi por primera vez un cielo lleno de estrellas. Recuerdo a mi padre y las canciones que oía en los muchos viajes en carro cuando yo era más grande. “Los caminos del sur” va y viene a pedazos en mi mente.

Mi padre ya no está y aquella niña que lloró ante el cielo hoy es astrónoma y es madre. Miro a la ventana de nuevo. Imposible. No hay estrellas que pueda ver. Vuelvo a mi universo personal, pienso en mi hijo, en las memorias que guardaré para él y que un día espero se conviertan en sus recuerdos. Le hablaré de lo encantador de su sonrisa, de la vez que miró una hoja movida por el viento y él se detuvo a observarla como si fuera algo vivo, de cuando estando enfermo me abrazó y me pidió sin palabras que le diera un beso y luego otro y otro hasta que se quedó dormido, de cómo luchaba por no dormirse igual que lo hacia su abuelo. Su abuelo Ayax, al que no conoció pero está en él, en su mirada, en su voluntad, en la potencia de su voz, en su fuerza, en sus ganas de vivir y no perderse ni una sola noche. 

No se cuantas estrellas puedan verse camino a Chilpancingo, pero llevo las que mi padre me dejó en aquella memoria y su emoción al contarla. Cierro los ojos y sueño con dejarle a mi hijo estrellas y universos enteros para su memoria.


domingo, 5 de enero de 2014

Toda tuya

(En algún momento del 2001 o tal vez 2002)

Podría haber sido tu esclava
pero jamás de ti.
Derretirme en tu ternura
sólo para evaporarme en tus manos.
Estar para siempre contigo
en el beso furtivo y la llamada sorprendida.
Ser tuya para la eternidad
en el instante en que mi boca se llena de ti.

viernes, 3 de enero de 2014

Jetlag

(10 de dicembre de 2013)

Heidelberg, 2 am. I woke up but not really. There is a chance to fall sleep but I can’t. The Cheshire cat is laughing at me and there is a pain in the middle of my chest. He laughs. I remember when he asked me weird questions and I had insane answers and we both laughed. The cat is laughing at me; not really, it is not even there anymore. Not a single stripe, not even his big smile. I woke up. I unpacked, everything is organized now. I cannot sleep. There is a smile chasing a memory in my head. Get a big coat and grab a smoke outside the building. Cold, smoke and that smile. The pain. I come back, read a book. The same story is repeated by a different character, in a letter, in a recorder. I am not sure I understand, I read again. I forgot the cat, the pain, then there is something in the book, a memory in my head gets ahold of those words. I let the memory to be. I try to fall sleep. I noticed how the memory has changed in the last weeks, happens the same in my book but here, there is only one character, me, changing the story, remembering –just making up- new details. Jetlag. I need to sleep, just 3 hours. There is work to do, I plan what to wear tomorrow, no, is today, in a few hours. I cannot sleep, I write. English, weird, but it seemed natural now. The cat is gone but leaved the pain behind. Maybe it is all a bad dream. I need to wake up and fall sleep.


Heidelberg, 2 am. Me despierto pero no realmente. Podría volver a dormir pero no puedo. El gato de Cheshire se está riendo de mi y hay un dolor enmedio de mi pecho. Se ríe. Recuerdo cuando me hacía preguntas extrañas y yo tenía respuestas absurdas y los dos reíamos. El gato se ríe de mi, peor no realmente, no está ahi, ni una raya, ni siquiera su enorme sonrisa. Me despierto. Desempaco, todo está organizado ahora. No puedo dormir. Hay una sonrisa persiguiendo una memoria en mi cabeza. Tomo un gran abrigo y fumo afuera del edificio. Frío, humo y esa sonrisa. El dolor. Regreso, leo un libro. La misma historia es repetida por un personaje diferente en una carta, en una grabadora. No estoy segura de que entiendo, leo de nuevo. Olvido al gato, el dolor y entonces hay algo en el libro, una memoria atrapa esas palabras. Dejo ser a la memoria. Trato de dormir. Me doy cuenta cómo la memoria ha cambiado en las últimas semanas, pasa lo mismo en mi libro, pero aquí sólo hay un personaje, yo, cambiando la historia, recordando -sólo inventando- nuevos detalles. Jetlag. Necesito dormir, sólo 3 horas. hay trabajo que hacer, planeo qué ponerme mañana, no, es hoy, en unas horas. No puedo dormir, escribo. Inglés, extraño, pero parece natural ahora. El gato se ha ido pero dejó atrás el dolor. Tal vez sólo es una pesadilla. Necesito despertar y dormir.

jueves, 2 de enero de 2014

Encantadora

"Encantadora", dijo la serpiente mientras su abrazo rompía mi cuello

Corazón de melón

(En algún momento entre 1999 y el 2000)

Empezó con la primera lamida. Me gustó su sabor. Lo besé. Latió entre mis dientes. Con la primera mordida un líquido tibio escurrió entre mis labios. Hubo un gemido que no me detuvo. Arranqué un pedazo pequeño, era dulce. Y me dejó hacer. Cada día un trozo que saboreaba durante horas en mi boca, mientras él hablaba, reía o me miraba. Pero se acabó y yo necesitaba ese sabor, esa textura, esa tibieza escurriendo de mi boca a mi garganta. Así descubrí que no todos saben igual. Este era como vino blanco, aquel como tamarindo, luego uno como chocolate con un toque picante. Y me dejaban hacer. Primero me acercaba a su mirada, luego a su piel y después me lo entregaban sin que yo lo pidiera. Creían conquistarme mientras yo sólo buscaba sabores nuevos, texturas distintas. Otros ritmos. Aquel lo devoré tan rápido que apenas pudo darse cuenta. A este me gustó recorrerlo con la punta de mi lengua y tomar sólo un poco cada vez. Hasta que encontré este con un dejo amargo como toronja. Después del banquete un cosquilleo recorrió mi cuerpo. Olvidé que hay hombres con el corazón envenenado. Ahora es muy tarde.

miércoles, 1 de enero de 2014

La burbuja

(Agosto de 1994)

Cinco minutos antes de las cuatro. Faltan dos cuadras para llegar a la parada del camión, apresuras el paso deseando que el autobús no llegue antes de la hora. La parada ya está a la vista y sonríes al ver que en ella están todos los que toman el autobús a las cuatro y alguien que apareció entre ellos desde hace dos días. Nada  tiene de especial, excepto por que nunca antes había estado ahí. Llegas a la parada. El camión está muy cerca. Después de subirte a él todo es como siempre: media hora de mirar caras semiconocidas y de tratar de adivinar en que se distraerán mientras viajan callados mirando a los demás.

Tres y cuarto. Hoy has salido tarde del trabajo. Será  una hora exacta hasta el centro, es curioso que no hayas podido resignarte a la puntualidad de este país ajeno. En México tendrías la esperanza de que el camión viajara más rápido y podrías llegar a tiempo para tomar el de las cuatro en el centro. Claro que en México nunca hay un autobús de las cuatro donde te sonríe el mismo chofer y puedes escudriñar a las mismas personas. Así que estás segura que en la parada del autobús no te esperan los de siempre. Mientras caminas de una parada a otra imaginas a los rostros de las cuatro, mirándose entre sí, y te preguntas si alguien habrá notado tu ausencia.

Las cuatro en punto. En este país tan predecible algo extraño ha pasado hoy. El camión casi desborda a las personas por ventanas y puertas. No has podido sentarte y es casi seguro que no lo harás durante la hora de viaje al centro. Llegas agotada y caminas hacia la otra parada, donde te espera la calidez de lo conocido. Los cabellos de las chicas que pasan a tu lado se mueven como si hubiera viento, pero tú no sientes nada. El aire parece esquivarte. Reacomodas tu pelo, esperando sentir sus mil lenguas en tu cuello, pero nada. La parada está a la vista. Tienes la sensación de que alguien te espera. Tal vez es el cansancio. Los rostros de las cuatro parecen sonreir al verte llegar, pero tú solo observas el del chico que apareció hace unos días entre ellos. Debe tener uno o dos años mas que tú. Notas su cabello tan quieto como el tuyo. El camión ha llegado. Aquí no hay empujones, la gente se forma y mira donde pone los pies.

Cuarto para las tres. Hace tiempo que no sales tan temprano del trabajo como hoy. Llegas al centro al cuarto para las cuatro. En la parada faltan varios rostros, entre ellos el del chico que ha llamado tu atención. Uno de los rostros se acerca a ti; te pregunta la hora y luego un cuestionario estratégicamente pensado. De nada sirve contestar con monosílabos, el rostro sigue ahí, buscando algo debajo de tu ropa. Su voz se oye como si viniera de una caverna. Por fin, el rostro se calla. Escuchas claramente los pasos de alguien que se acerca: es el chico nuevo. Has decidido llamarlo así por que, desde hace seis meses, no había un rostro rutinariamente nuevo esperando el camión de las cuatro. Lo miras sólo de reojo por que sabes que él te está mirando. El camión aparece frente a ti, te sorprende. Es curioso que no hayas oído el motor. Analizas el autobús para ver si es un nuevo modelo silencioso, pero te das cuenta que es el mismo de siempre.

Casi las cuatro. El chico nuevo lleva una semana tomando el camión de las cuatro. Esta vez lo acompaña un rostro con más edad que él. Por primera vez escuchas su voz, se oye tan familiar, como todo lo que hay en esa parada a las cuatro de la tarde. Al subir al camión intentas quedar cerca de él, pero no es posible, sin embargo, su voz te llega igual. No sucede lo mismo con la voz de su acompañante, que se envicia con los ruidos de la calle. El viaje resulta interesante. El habla de sus hermanos, de su madre, del trabajo. Sientes como si platicara contigo, pues mientras lo hace, te observa. Por eso no te has atrevido a verlo en todo el recorrido. Cada vez que volteas te encuentras con su mirada que te esquiva y se dirige a su acompañante. El chico nuevo baja en la parada siguiente y durante diez minutos debes conformarte con observar el paso de árboles, automóviles, esquinas y rostros.

Cinco para las cuatro. Te vas acercando a la parada del centro. Un olor a galletas llena el aire. Al llegar te das cuenta que el chico nuevo trae dos enormes bolsas llenas de cajas. En vez de tapa, cada una está cubierta con papel celofán que te deja ver su contenido. Galletas. El chico nuevo platica con el mismo rostro de ayer, explicándole que cada semana lleva a su casa una cantidad semejante de galletas. Un aire cálido te rodea. Es agradable oir que alguien tan joven se ocupe de esos detalles. Tú harías algo semejante si tu familia estuviera aquí. Algo se desencadena en ti. Durante el camino a casa ves pasar los recuerdos de tu niñez, tu país, los rostros que viven en ti.

Cinco para las cuatro. Hace unos días te diste cuenta. No era normal que el aire te esquivara y que las galletas fueran tan olorosas. Es la burbuja. Las paredes de la burbuja se hacen mas gruesas y los sonidos de la calle se atenúan. Sucede lo mismo que otras veces, tú lo miras cuando el no te ve y luego al revés. Te das cuenta que no puedes describir su rostro. El camión está frente a ti y lentamente caminas hacia la puerta. No es necesario estar cerca del chico nuevo. Están solos dentro de la burbuja.

Las tres en punto. Es difícil que alcances el autobús de las cuatro en el centro. Cada quince minutos miras el reloj. Te inunda la ansiedad de quien sabe que llegará tarde a una cita importante. Arribas al centro y caminas lo más rápidamente posible. Te tranquilizas cuando los ruidos comienzan a alejarse. Las cuatro con dos minutos. Solo una cuadra más. El camión ya está en la parada. Solo tienes que cruzar la calle, pero es imposible pasar sobre los autos. Poco a poco los ruidos van acercándose. Te rodean. La burbuja se hace demasiado larga y finalmente caen sobre ti. El autobús se ha ido.

Llegas a tiempo a la parada del centro. Los ruidos y el viento no te tocan. El camión se ha retrasado cinco minutos. Algunos de los rostros se preguntan que estará sucediendo. A ti no te importa el retraso, por que estás disfrutando de una mirada del chico nuevo. Es la única mirada extraña que te produce placer. Otras solo escudriñan tu blusa o tus labios. A veces a la mirada le sigue la voz, ambas te analizan y te califican. Siempre haces todo lo posible por entorpecer la prueba y reprobar. La vista del chico nuevo busca bajo tus pestañas y acaricia tu pelo. El camión lleva veinte minutos de retraso y la parada se ha convertido en un mar de rostros. Hay otro autobús a las cuatro y media, que no tardará en llegar. A las cuatro y veinticinco llega el camión de las cuatro. El de las cuatro y media viene unas cuadras atrás. Esperas a que el chico nuevo decida que camión tomarán. Ya están arriba. Hay demasiada gente y lo pierdes de vista. El mar de rostros se diluye un poco y alcanzas a verlo cuando faltan dos paradas para que baje. Te acercas a la puerta de salida para sostenerte mejor y poder guardar el monedero que has aprisionado en tus manos durante todo el viaje. El monedero cae en el momento justo que la burbuja comenzaba a alargarse. El chico nuevo se acerca y lo levanta. Sonríes. Por primera vez sus ojos se encuentran. La explosión es inevitable. El viento vuelve a presionarte y los ruidos citadinos golpean tus tímpanos. La burbuja se ha roto. Es imposible dar las gracias, sigues mirando sus ojos sorprendidos. Tus mejillas se incendian mientras su rostro se aleja desde la banqueta.

Cinco minutos antes de las cuatro. Caminas lentamente hacia la parada del centro. Miras el reloj y te detienes a ver un escaparate. Continúas tu camino. Las cuatro en punto. El autobús ya está en la parada, a dos cuadras de distancia. Sigues caminando despacio, disfrutando el viento. El motor del camión se despide de ti. Te detienes. Tu mirada sigue al autobús que no volverás a alcanzar.