No me mires
así, Penélope. Debo irme, me cansé de esperar, tejer y destejer fantasías.
Llenamos sus manos con ternura, sus labios de amor, sus ojos de sueños. Lo que
debimos decir es un nudo en la garganta que podemos entregar al viento, da lo
mismo. Nuestras palabras, dulces y amargas, se han se han borrado en su
memoria. Y si nos recuerdan, y si regresan, serán diferentes, seremos otras.
¿Qué amaremos de esos extraños?
Y qué si son
héroes, Penélope, si mataron a la Quimera o al Minotauro, si ganaron batallas y
cruzaron mares plagados de sirenas. ¿Por
qué nuestra gloria está en la espera? Podríamos cazar con ellos, guiar flotas enteras
en batallas memorables. Si tuvieran el valor, se quedarían a construir los
sueños que se pierden hilo a hilo en
nuestras manos.
Háblame de
la herida Penélope, del abismo de dolor que ha creado su ausencia, yo entiendo.
Allí donde Pandora guardó la esperanza, pongamos el resto, el amor compartido,
las risas, las caricias. Cerremos la caja, veamos el amanecer.
Hay tanto
qué hacer, Penélope. Visitar a Medusa, mirarla a los ojos y decirle que la
vemos con toda su belleza, la de antes del ultraje, la humillación y la
condena. Cantar con las sirenas, rescatar a Eurídice del Hades, defender a
Antígona enjuiciada, crear enigmas con la Esfinge.
Casandra
predijo este destino solitario, pero
nada sabe ella de futuros felices. De haberla escuchado caminaríamos a su lado,
librándola de su maldición y a
nosotras de esta espera inútil.
Toma mi mano
Penélope, enfrentemos a cada pretendiente con un “no” que resuene en el Olimpo.
Ya habrá tiempo de elegir sin miedo. Por ahora, construyamos
imperios con la tenacidad con la que tejimos esperanzas. Nuestras hijas
cantarán esas hazañas, verán otro mundo, Penélope. Caminemos juntas.