Voy camino a Chilpancingo. La última vez que estuve aquí no la recuerdo pero tengo memoria de ella. En uno de sus viajes a Guerrero mi padre se detuvo para observar el cielo. En sus brazos llevaba a su hija de dos años. Cuando la niña miró aquel cielo negro cubierto de pequeñas luces, lloró. Ahora, desde esta pecera rodante no veo el cielo, sólo lo imagino. Me pregunto como sería aquella noche en la que vi por primera vez un cielo lleno de estrellas. Recuerdo a mi padre y las canciones que oía en los muchos viajes en carro cuando yo era más grande. “Los caminos del sur” va y viene a pedazos en mi mente.
Mi padre ya no está y aquella niña que lloró ante el cielo
hoy es astrónoma y es madre. Miro a la ventana de nuevo. Imposible. No hay
estrellas que pueda ver. Vuelvo a mi universo personal, pienso en mi hijo, en
las memorias que guardaré para él y que un día espero se conviertan en sus
recuerdos. Le hablaré de lo encantador de su sonrisa, de la vez que miró una
hoja movida por el viento y él se detuvo a observarla como si fuera algo vivo,
de cuando estando enfermo me abrazó y me pidió sin palabras que le diera un beso
y luego otro y otro hasta que se quedó dormido, de cómo luchaba por no dormirse
igual que lo hacia su abuelo. Su abuelo Ayax, al que no conoció pero está en él,
en su mirada, en su voluntad, en la potencia de su voz, en su fuerza, en sus
ganas de vivir y no perderse ni una sola noche.
No se cuantas estrellas puedan verse camino a Chilpancingo,
pero llevo las que mi padre me dejó en aquella memoria y su emoción al contarla.
Cierro los ojos y sueño con dejarle a mi hijo estrellas y universos enteros para
su memoria.
yuju yujuuuuuuu
ResponderEliminar¡Ya pude!
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