Cinco minutos antes de las cuatro. Faltan dos cuadras para llegar a la
parada del camión, apresuras el paso deseando que el autobús no llegue
antes de la hora. La parada ya está a la vista y sonríes al ver que en ella
están todos los que toman el autobús a las cuatro y alguien que apareció
entre ellos desde hace dos días. Nada tiene de especial, excepto por que
nunca antes había estado ahí. Llegas a la parada. El camión está muy cerca.
Después de subirte a él todo es como siempre: media hora de mirar caras
semiconocidas y de tratar de adivinar en que se distraerán mientras viajan
callados mirando a los demás.
Tres y cuarto. Hoy has salido tarde del trabajo. Será
una hora exacta hasta el centro, es curioso que no hayas podido resignarte a
la puntualidad de este país ajeno. En México tendrías la esperanza de que el
camión viajara más rápido y podrías llegar a tiempo para tomar el de las
cuatro en el centro. Claro que en México nunca hay un autobús de las cuatro
donde te sonríe el mismo chofer y puedes escudriñar a las mismas personas.
Así que estás segura que en la parada del autobús no te esperan los de
siempre. Mientras caminas de una parada a otra imaginas a los rostros de las
cuatro, mirándose entre sí, y te preguntas si alguien habrá notado tu
ausencia.
Las cuatro en punto. En este país tan predecible algo
extraño ha pasado hoy. El camión casi desborda a las personas por ventanas y
puertas. No has podido sentarte y es casi seguro que no lo harás durante la
hora de viaje al centro. Llegas agotada y caminas hacia la otra parada,
donde te espera la calidez de lo conocido. Los cabellos de las chicas que
pasan a tu lado se mueven como si hubiera viento, pero tú no sientes nada.
El aire parece esquivarte. Reacomodas tu pelo, esperando sentir sus mil
lenguas en tu cuello, pero nada. La parada está a la vista. Tienes la
sensación de que alguien te espera. Tal vez es el cansancio. Los rostros de
las cuatro parecen sonreir al verte llegar, pero tú solo observas el del
chico que apareció hace unos días entre ellos. Debe tener uno o dos años mas
que tú. Notas su cabello tan quieto como el tuyo. El camión ha llegado. Aquí
no hay empujones, la gente se forma y mira donde pone los pies.
Cuarto para las tres. Hace tiempo que no sales tan
temprano del trabajo como hoy. Llegas al centro al cuarto para las cuatro.
En la parada faltan varios rostros, entre ellos el del chico que ha llamado
tu atención. Uno de los rostros se acerca a ti; te pregunta la hora y luego
un cuestionario estratégicamente pensado. De nada sirve contestar con
monosílabos, el rostro sigue ahí, buscando algo debajo de tu ropa. Su voz se
oye como si viniera de una caverna. Por fin, el rostro se calla. Escuchas
claramente los pasos de alguien que se acerca: es el chico nuevo. Has
decidido llamarlo así por que, desde hace seis meses, no había un rostro
rutinariamente nuevo esperando el camión de las cuatro. Lo miras sólo de
reojo por que sabes que él te está mirando. El camión aparece frente a ti,
te sorprende. Es curioso que no hayas oído el motor. Analizas el autobús
para ver si es un nuevo modelo silencioso, pero te das cuenta que es el
mismo de siempre.
Casi las cuatro. El chico nuevo lleva una semana
tomando el camión de las cuatro. Esta vez lo acompaña un rostro con más edad
que él. Por primera vez escuchas su voz, se oye tan familiar, como todo lo
que hay en esa parada a las cuatro de la tarde. Al subir al camión intentas
quedar cerca de él, pero no es posible, sin embargo, su voz te llega igual.
No sucede lo mismo con la voz de su acompañante, que se envicia con los
ruidos de la calle. El viaje resulta interesante. El habla de sus hermanos,
de su madre, del trabajo. Sientes como si platicara contigo, pues mientras
lo hace, te observa. Por eso no te has atrevido a verlo en todo el recorrido.
Cada vez que volteas te encuentras con su mirada que te esquiva y se dirige
a su acompañante. El chico nuevo baja en la parada siguiente y durante diez
minutos debes conformarte con observar el paso de árboles, automóviles,
esquinas y rostros.
Cinco para las cuatro. Te vas acercando a la parada
del centro. Un olor a galletas llena el aire. Al llegar te das cuenta que el
chico nuevo trae dos enormes bolsas llenas de cajas. En vez de tapa, cada
una está cubierta con papel celofán que te deja ver su contenido. Galletas.
El chico nuevo platica con el mismo rostro de ayer, explicándole que cada
semana lleva a su casa una cantidad semejante de galletas. Un aire cálido te
rodea. Es agradable oir que alguien tan joven se ocupe de esos detalles. Tú
harías algo semejante si tu familia estuviera aquí. Algo se desencadena en
ti. Durante el camino a casa ves pasar los recuerdos de tu niñez, tu país,
los rostros que viven en ti.
Cinco para las cuatro. Hace unos días te diste cuenta.
No era normal que el aire te esquivara y que las galletas fueran tan
olorosas. Es la burbuja. Las paredes de la burbuja se hacen mas gruesas y
los sonidos de la calle se atenúan. Sucede lo mismo que otras veces, tú lo
miras cuando el no te ve y luego al revés. Te das cuenta que no puedes
describir su rostro. El camión está frente a ti y lentamente caminas hacia
la puerta. No es necesario estar cerca del chico nuevo. Están solos dentro
de la burbuja.
Las tres en punto. Es difícil que alcances el
autobús de las cuatro en el centro. Cada quince minutos miras el reloj. Te
inunda la ansiedad de quien sabe que llegará tarde a una cita
importante. Arribas al centro y caminas lo más rápidamente posible. Te
tranquilizas cuando los ruidos comienzan a alejarse. Las cuatro con dos
minutos. Solo una cuadra más. El camión ya está en la parada. Solo tienes
que cruzar la calle, pero es imposible pasar sobre los autos. Poco a poco
los ruidos van acercándose. Te rodean. La burbuja se hace demasiado larga y
finalmente caen sobre ti. El autobús se ha ido.
Llegas a tiempo a la parada del centro. Los ruidos y
el viento no te tocan. El camión se ha retrasado cinco minutos. Algunos de
los rostros se preguntan que estará sucediendo. A ti no te importa el
retraso, por que estás disfrutando de una mirada del chico nuevo. Es la
única mirada extraña que te produce placer. Otras solo escudriñan tu blusa o
tus labios. A veces a la mirada le sigue la voz, ambas te analizan y te
califican. Siempre haces todo lo posible por entorpecer la prueba y reprobar.
La vista del chico nuevo busca bajo tus pestañas y acaricia tu pelo. El
camión lleva veinte minutos de retraso y la parada se ha convertido en un
mar de rostros. Hay otro autobús a las cuatro y media, que no tardará en
llegar. A las cuatro y veinticinco llega el camión de las cuatro. El de las
cuatro y media viene unas cuadras atrás. Esperas a que el chico nuevo decida
que camión tomarán. Ya están arriba. Hay demasiada gente y lo pierdes de
vista. El mar de rostros se diluye un poco y alcanzas a verlo cuando faltan
dos paradas para que baje. Te acercas a la puerta de salida para sostenerte
mejor y poder guardar el monedero que has aprisionado en tus manos durante
todo el viaje. El monedero cae en el momento justo que la burbuja comenzaba
a alargarse. El chico nuevo se acerca y lo levanta. Sonríes. Por primera vez
sus ojos se encuentran. La explosión es inevitable. El viento vuelve a
presionarte y los ruidos citadinos golpean tus tímpanos. La burbuja se ha
roto. Es imposible dar las gracias, sigues mirando sus ojos sorprendidos.
Tus mejillas se incendian mientras su rostro se aleja desde la banqueta.
Cinco minutos antes de las cuatro. Caminas lentamente
hacia la parada del centro. Miras el reloj y te detienes a ver un escaparate.
Continúas tu camino. Las cuatro en punto. El autobús ya está en la parada, a
dos cuadras de distancia. Sigues caminando despacio, disfrutando el viento.
El motor del camión se despide de ti. Te detienes. Tu mirada sigue al
autobús que no volverás a alcanzar.
Me gustan tus letras que se convierten en palabras que se convierten en frases que se convierten en historias =)
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